Mi corazón es pájaro y metáfora y mi pobre corazón
babea a popa y mi pobre corazón se va a la mierda
cuando late contra el mundo y él no cede. Ya no hay
casi lugar para el sístole y diástole y mi laico corazón
-tan metafórico-, tiene plumas empapadas y grandes alas
de cadenas. La asfixia de mi rojo corazón
-duro y mecánico-, aumenta a la inversa del espacio
que pierde a cada rato mi inútil corazón
-tan desplumado-, cansado de volar,
muerto en la jaula.
Falta el aliento cuando se vive a la carrera,
entre el atentado y la fiesta, desde la guerra
a las pájinas del libro donde algún día dormirán
estos poemas, falta el aliento y no basta el latido
de un pulmón para suplir de aire a esta hoguera.
Cre-pi-to, me consumo, y he aquí una brutal
metáfora de esta opresión: un yunque sobre el pecho,
y más abajo, las chispas que desprenden dos cuchillos
que se cruzan en mi vientre demandando medicinas.
Lexatin u Orfidal, la paz química se impone suavemente
en el sistema nervioso desbocado, se doman los caballos
en la entraña de la mente que tantas veces
se convierte en ese cuerpo al que le falta el aliento,
que vive a la carrera, y se queda exhausto,
sin resuello.
Ahora papá es pasto de las flores o vive
hecho cenizas entre las aguas del océano,
quién sabe.
Un día después de cuatro meses
hallaron su cadaver olvidado
en su pequeño apartamento de soltero.
Imagínate: el mismo alcohol que le dio muerte
lo había conservado incorrupto,
empapado en ginebra blanca,
la piel acartonada, el cuerpo rígido
e inmóvil tendido sobre la cama,
muerto él y viva su imagen,
en una triste ironía.
Aún no sé en qué se ha convertido,
-han pasado quince años-
ni dónde yace lo que aún resta,
-si es que yace y es que resta-.
Nadie avisó de la muerte y el traslado
a la otra punta del país, donde la costa
se acaba.
A veces pienso en papá viejo y borracho
abiéndose paso bajo la tierra,
con las uñas sucias,
o jugando feliz entre la espuma y las olas,
volviendo una y otra vez a la playa
igual que vuelve a mi memoria.
Atrapado irremisiblemente
en la oscura complejidad de las palabras
y en no saber lo que digo
cuando digo paradigma, idiosincrasia
o que te quiero.
Emboscado en la espesura
del lenguaje
tratando de esconder
las desnudeces
que ni siquiera yo
comprendo.
Al final que quedo en cueros
-la maldita maldición
de ser prosaico,
no quisiera-
mejor abrazo el silencio
mejor dejo de decir
mejor me callo.
SERGIO C. FANJUL
Otros demonios
KRK, 2008
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