Hay en todos nosotros
una común tristeza, una mirada extraña,
un cómplice saludo que une nuestras vidas,
un caminar distinto, una voz ya gastada,
un dolor invisible que acecha a cada paso,
una cruel sonrisa, una pesada lágrima,
una incesante lucha por saber quiénes somos,
un tímido silencio que se escucha lejano,
un solitario grito esperando en la noche
y un continuo murmullo dormitando en la almohada.
Hay también muchas veces -aunque no lo sepamos-
un sangriento pasado que apenas conocemos,
un incierto presente
y un incierto futuro,
restos de lo que ayer vivieron nuestros padres,
sombras de lo que hoy llamamos el instante
y de lo que mañana podrán ser nuestros hijos.
Nos encontramos solos, sin nada a qué agarrarse,
perdidos en la sola inmensidad del mundo,
buscando un rumbo fijo y un destino claro.
Quizá dentro de un tiempo,
cuando elijamos dónde colocar nuestro sitio,
podamos ser capaces de definirnos juntos.
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