10 de febrero de 2010

"para perder la costumbre / de tanta noche en el alma": Brenda Ascoz



La mujer del sombrero, oblicua sobre la tierra,
mastica las hojas de un libro.
Busca un adjetivo
que cubra con otra piel
su desnudez de asfaltos y gris.
La mujer del sombrero levanta una piedra
y allí,
la vida:
suaves al tacto,
brotan de la tierra y se retuercen los gusanos,
se doblan sobre sus propios cuerpos cegados por la luz
pálida
de un amanecer estancado en abril.
Habla la mujer del sombrero
y sus palabras caen,
se hunden,
se anestesian:
lacer, ernura, mblor.
Las letras se retuercen en el fango.
Suaves al tacto, se doblan sus cuerpos,
y calla la mujer del sombrero.
Y lentamente, 
se pudre.




Le quiero porque abandona su cuerpo a la noche:
Se lo ofrece sin saber lo que hará
-lo que haremos con él;
con su indefensión y en su sueño-.

No lo sabe,
pero en estta hora y mientras duerme,
es de la noche y mis ojos.



Parto del silencio

y con silencio pretendo
re-crear
a la mujer cuyo rastro perdí
pero que siento respirar a través de mis ojos como
   branquias.
Es entonces,
mientras ella respira y mis músculos se alimentan de 
   su sangre
_envenenada por la mía_,
que reverdece en el hastío esa cierta esperanza
de las mañanas de junio.
Desde el silencio hasta el verde perenne
y sosegado que busco,
me muevo a tientas con lentes diseñadas
en estado de embriaguez o locura
y no sé si avanzo o retrocedo si no es por esa voz
femenina y firme
que, de cuando en cuando, se muestra a través de una 
   idea:
Perseverar. Perseverar.
Pero es difícil la resurrección de un alma sepultada
por palabras que se pronunciaron ya en el principio
   de los tiempos,
palabras
bajo las cuales
la bestia herida inútilmente,
inútilmente,
se convulsiona y gime.


Me traje a mis fantasmas, mis recuerdos,
mi inocencia... traje todos los hilos
que componen la araña de los sueños.
Ayleen, la cuarta de las moiras,
ha hilvanado un puente
    de una sola dirección
sobre una albufera sembrada de espejos.
A través del puente, voy a ti 
y gárgolas a tu semejanza se desdoblan
a la altura de mis labios.
Pero alzo los ojos y no llego
a besar las pétreas oquedades de tu piel.
Impasible desde tus mil reproducciones idénticas
me contemplas con los ojos ciegos,
con oídos que no escuchan cuando les pido por favor
que levanten la noche
para que pueda ver mi reflejo en el río.
Que he de ser yo pero no un millar de voces tu imagen
quien guíe mis pasos hasta la otra orilla
donde tú ya no estés
y yo pueda
desaprenderte por fin.


Y, sin embargo
si el olvido es triunfo,
si he conseguido reducir tu nombre
a una inicial que se repite _se anula_,
si te he borrado de mis sueños
aquella a quien más temo,
entonces,
pequeña victoria.

Brenda Ascoz
Ecorché
Eclipsados, 2009



El libro Ecorché de Brenda Ascoz nos ha llegado por cortesía de la editorial. 
Muchas gracias, Eclipsados.


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